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«Espiritualidad y espiritualización»

Antonio, Metropolitano de Surozh

Comenzaré por la definición de la palabra espiritualidad, porque, hablando de la espiritualidad, nosotros hablamos de unas determinadas expresiones de nuestra vida espiritual — como oración, hazañas, vencimiento de dificultades impuestas voluntariamente en nombre de Jesucristo, que es evidente de los libros, por ejemplo, del anacoreta, Teofano el Recluso. Me parece, sin embargo, que debemos considerar el significado de la espiritualidad como aquello que se está efectuando en nosotros por la gracia del Espíritu Santo.

Esto nos coloca inmediatamente en una posición muy clara con respecto a la espiritualización. No se trata ya de la educación del hombre de acuerdo a ciertos principios y enseñanzas en el crecimiento en la oración o ascetismo por algún modelo, sino, la espiritualización consistirá en que el padre espiritual, sin importar el nivel de su propia espiritualidad, vigilaría muy atentamente lo que El Espíritu Santo efectúa con la persona y en la persona, fomentaría Su efecto, defendería contra las tentaciones y caídas, y contra vacilaciones y la duda. En consecuencia, la actividad espiritual del padre puede parecer, por un lado, mucho menos enérgica, pero por el otro — mucho más significativa que nosotros frecuentemente pensamos.

Antes de continuar, quiero decir un par de palabras sobre la espiritualización, que la última no tiene un solo sentido. Según me parece, existen tres tipos de padres espirituales.

Sobre el nivel básico, un sacerdote, al cual se le otorgó, por medio del Espíritu Santo, la gracia del sacerdocio, y el que porta en sí, no sólo el derecho, sino también, la fuerza por medio de la gracia, para oficiar los sacramentos: Eucaristía, Bautismo, Confirmación, y también de Confesión, o sea, conciliación del hombre con Dios. El gran peligro que corre un sacerdote joven y con poca experiencia, pero lleno de entusiasmo y esperanza, consiste en que a veces los hombres jóvenes, saliendo de las escuelas teológicas, se imaginan que la ordenación los ha dotado de inteligencia, de experiencia, y de "diferenciación de espíritus," y se transforman en lo que la literatura ascética denomina "jóvenes ancianos» o sea, sin poseer aún la madurez espiritual, ni siquiera el conocimiento proporcionado por la simple experiencia personal, piensan que se les enseñó todo lo que les puede ayudar a tomar por la mano al pecador y elevarlo de la tierra al cielo.

Lamentablemente, lo dicho ocurre con demasiada frecuencia y en todos los países: el sacerdote joven, por la fuerza de su sacerdocio, mas no por la experiencia espiritual y no porque Dios lo llevó a ello, comienza dirigir a sus hijos espirituales mediante "decretos" — haga esto, no haga aquello, tal literatura no la lea, acuda a la iglesia, cumple con las inclinaciones -. Todo esto lleva a una caricatura de la vida espiritual: sus "víctimas" hacen todo lo que hacían los santos justos, pero aquellos se basaban sobre la experiencia espiritual y no lo hacían como animales adiestrados,. Para el padre espiritual esto también es una catástrofe, porque él entra en una esfera en la cual no tiene ningún derecho de entrar, ni tiene la experiencia necesaria. Insisto en esto porque esto es un tema muy importante para el sacerdocio.

Uno puede llegar a ser "anciano» únicamente por la gracia Divina, esto es un fenómeno carismático, es un don. No se puede aprender a ser "anciano," igual como no se puede aprender la genialidad. Todos entendemos perfectamente que Bethoven y Mozart, Leonardo da Vinci y Rublev poseían la genialidad, que no puede aprenderse en ninguna escuela, en ningún trabajo ni larga experiencia, ya que es un don de la gracia Divina.

Es posible que insisto demasiado, pero me parece que se trata de un tema muy importante, probablemente más en Rusia que en el Occidente, porque el papel que desempeña el sacerdote en Rusia, es mucho mas centralizado. Frecuentemente los sacerdotes jóvenes (por la edad, o por su inmadurez — espiritual) "dirigen» a sus hijos espirituales, en vez de criarlos.

"Criar," significa tratarlos así, como el jardinero trata a sus flores y plantas. Hay que saber la naturaleza de la planta, las condiciones climáticas y otras, y sólo entonces se puede ayudar a la planta desarrollarse de la manera que es propia de su naturaleza. No se debe romper al hombre para rehacerlo luego a la semejanza de uno mismo. Un escritor eclesiástico occidental dijo: "Al hijo espiritual se lo puede llevar hacia él mismo y el camino interior de su vida, es a veces muy largo…» Se puede ver en los "Relatos de la vida de los Santos», como los grandes "ancianos" sabían estar consigo mismos pero al mismo tiempo poder ver en otras personas la exclusiva, irrepetible particularidad y darles — a todos la posibilidad de ser lo que son y no convertirse en réplicas de este "anciano" o, peor aún, en su repetición estereotípica.

La historia de la Iglesia rusa trae un ejemplo de lo dicho: el encuentro de los santos Antonio y Teodosio de Pechersk. A Teodosio lo educó Antonio, sin embargo sus caminos espirituales han sido muy distintos: Antonio ha sido ermitaño y Teodosio puso el comienzo de la vida monástica comunitaria.

¿Cómo pudo Antonio prepararlo para hacer lo que no haría él mismo y educarlo para ser lo que él mismo no quiso ser? Me parece que en ello se debe ver claramente la diferencia entre nuestro deseo de hacer al alumno semejante a nosotros y el deseo de hacerlo semejante a Cristo.

Ser ("Staretz") "anciano," como dije, es un don de gracia, es genialidad, y por esto nadie puede pensar que pudiera comportarse como tal. Pero hay una situación intermedia: la paternidad. Y, de nuevo, demasiado frecuente es el caso que un joven (y no muy joven) sacerdote, sólo porque le dicen "padre fulano," se imagina que no es simplemente un sacerdote confesor, sino realmente un "padre," en el sentido como decía Apóstol Pablo, que tenéis muchos cuidadores, mas yo los parí en Cristo. Lo mismo decía, en su tiempo, Santo Serafín de Saróv. La paternidad consiste en que algún hombre — pueda que no sea un sacerdote — despierte a la vida espiritual a otro hombre que, fijándose en el primero, "ha visto (como dice el viejo dicho) en sus ojos y sobre su cara el esplendor de la vida eterna" y por ello pudo acercársele y pedir que sea su preceptor y su guía.

Al padre lo distingue también como si él fuera de la misma sangre en la vida corporal, y en la vida espiritual — de la misma mentalidad espiritual con su alumno, y lo puede guiar porque existe entre los dos una consonancia no sólo de mentalidad espiritual sino de almas también. Seguramente Uds. se recordarán que, cuando el desierto de Egipto ha sido poblado de ascetas y guías, la gente no escogía a los más famosos, o como se decía, a los mejores, sino a los que más comprensión mutua les brindaban.

Esto es lo más importante, ya que la obediencia no consiste en cumplir ciegamente lo que le puede decir una persona que tenga poder material — físico o espiritual - psicológico; la obediencia consiste en que el alumno-novicio, una vez habiendo escogido a un guía a quien le confía su vida espiritual incondicionalmente, en quien él ve lo que está buscando, al cual escucha atentamente no sólo cada palabra, sino el mismo tono de su voz, y trata, a través de todas las expresiones del guía y de su experiencia espiritual, rebozar a sí mismo, unirse a esta experiencia y lograr a ser un hombre, que ya ha crecido más allá del nivel que hubiera podido alcanzar por su propio esfuerzo. La obediencia es, antes que nada, la intención de escuchar y oír no sólo con el raciocinio, no sólo con el oído, sino con todo su ser, con el corazón abierto, con una piadosa observación del secreto espiritual del guía.

Y la obligación del padre espiritual, quien los trajo a la luz de la vida espiritual o los encontró ya aquí "nacidos," debe con humildad y de una manera muy profunda, observar y venerar lo que El Santo Espíritu realiza en ustedes. El padre espiritual, al igual como todo sacerdote parroquial consciente, debe ser capaz (lo cual se da por el precio del esfuerzo, de concentración, de un trato devoto al quien viene por su ayuda), de ver en el hombre aquella belleza de La Imagen Divina que nunca se enajena. Aun si el hombre esté lesionado por el pecado, el padre espiritual debe ver en él la belleza de La Imagen Divina, aun si aquel ha sufrido las condiciones de la vida, o el trato negligente de su entorno, o el sacrilegio. El debe ver en este hombre el icono y venerar lo que en él quedó y, en Nombre de esta Belleza Divina que se encuentra en él, trabajar para apartar todo aquello que desfigura esta Imagen de Dios. El padre Evgraf Kovalevsky, siendo aún laico, me había dicho: Cuando Dios mira al hombre, El no ve en el hombre las virtudes que quizás ya no existan en él, ni las buenas acciones, que quizás ya no las tiene, pero El ve la inmutable, resplandeciente belleza de La Propia Imagen… Y si el padre espiritual no es capaz de ver en el hombre esta eterna belleza y el cumplimiento ya iniciado de su vocación de ser hombre de Dios según La Imagen de Cristo, pues, no puede guiarlo; al hombre no lo construyen, no lo hacen, sino le ayudan a crecer en la medida de su propia vocación.

Y aquí, conveniente aclarar un poco la palabra obediencia. Comúnmente la entendemos como subordinación, sumisión, hasta servidumbre respecto al padre espiritual o respecto a aquel que calificamos — muy en vano y en perjuicio no sólo de sí mismo sino también del sacerdote — como el padre espiritual y mi "anciano." La obediencia consiste en lo que ya he dicho antes: en oír con todas las fuerzas del alma. Esto obliga por igual tanto al padre espiritual, como al obediente novicio. El padre espiritual debe oír con toda su experiencia, todo su ser, toda su oración y, diré más, con toda acción dentro de él de la Gracia Santísima, a lo que efectúa El Santo Espíritu dentro del hombre que a él, al padre espiritual, se ha confiado. El padre espiritual debe saber proseguir los caminos del Espíritu Santo dentro del hombre, observar piadosamente el Hacer de Dios y no tratar de educarlo sea según por propia forma, o sea según como le parece, que el hombre debiera desarrollarse, pues siendo "víctima» de su dirección espiritual.

Por ambos lados se requiere la humildad. Esperamos fácilmente la humildad de parte del obediente o hijo espiritual, pero ¡cuánta humildad necesita el sacerdote, el padre espiritual para no interferir en la Santa Región, para tratar el alma del hombre como Dios mandó a Moisés a tratar el terreno que rodea la Zarza Incombustible. Cada persona, potencialmente es tal "Zarza" y todo lo que le rodea — es el Terreno Santo que el padre espiritual sólo puede pisar quitándose los zapatos. Jamás pisar de manera distinta del recaudador bíblico, parado en la entrada del templo, mirando al templo y sabiendo, que esto es — Región del Dios Vivo, Lugar Santo, que él no tiene derecho de entrar sino sólo cuando Dios le ordene, o indique el qué hacer o qué palabra pronunciar.

Una de las tareas del padre espiritual es educar al hombre en la libertad espiritual de los hijos de Dios y no tenerlo toda la vida en el estado infantil, para que no acudiera con cada menudencia a su padre espiritual sino creciera a la medida de aprender oír por si mismo lo que El Espíritu Santo dice con las palabras inexpresables a su corazón.

Y pensando en la humildad, podemos referirnos a dos definiciones cortas. Primero: La humildad — es un estado de paz, cuando el hombre está en paz con la Voluntad Divina, o sea, se ofrece a Dios ilimitadamente, completamente, gozosamente, y dice: "¡haz conmigo, Señor, lo que Tu quieres!," pero en consecuencia se pacificó a la vez con todas las circunstancias de su vida: todo es - el don de Dios, lo bueno y lo temible. Dios nos hizo Sus enviados en la tierra, El nos manda allá, donde existen las tinieblas para dar la luz, donde existe la desesperación - para dar la esperanza, donde la alegría se murió - para dar la alegría. Nuestro lugar no está sólo en la tranquilidad, en el templo, donde durante la liturgia nos defiende la presencia común, sino donde estamos solos, como la presencia de Cristo en la oscuridad del mundo desfigurado.

Si pensamos en el significado de la raíz latina en la palabra humildad, — "humilitas" proviene de "humus" que significa tierra fértil. Pensemos, dice Teofano el Recluso, en lo que representa la tierra: la tierra está ahí, callada, abierta, indefensa, vulnerable, ante el cielo; ella recibe del cielo y el ardor, y los rayos solares, y la lluvia, y el rocío, pero ella también recibe de nosotros lo que llamamos abono — o sea, los desperdicios, todo lo que arrojamos sobre ella. Y ¿qué sucede? — pues la tierra nos trae frutos y cuanto más soporta lo que nosotros llamamos humillación, injuria, tanto más fruto nos trae.

En consecuencia, ser humilde significa abrirse ante Dios tan completamente que desaparezca todo indicio de contraposición a El, contra la acción del Espíritu Santo, contra buen Imagen de Cristo y Su enseñanza; esto significa ser perceptivo a la acción de gracia. Como en nuestra pecaminosidad somos vulnerables de las manos humanas, de la palabra dura, del acto brutal, de la burla, así debemos entregarnos a la Voluntad de Dios para que, por nuestra propia voluntad, Dios haría con nosotros todo según Su Voluntad; aceptar todo, abrirse y así dar lugar al Espíritu Santo vencernos.

Yo creo que si el padre espiritual también aprenda la humildad en este sentido: ver en el hombre la belleza y saber su propio lugar (que es tan maravilloso, tan santo — el lugar del amigo de un novio que le resguarda el encuentro con la novia), entonces podrá realmente ser acompañante de su hijo espiritual, ir con él paso tras paso, resguardándolo, apoyándolo, y nunca interfiriendo en la Región del Espíritu Santo. Entonces la espiritualización se hace parte de aquella espiritualidad y de aquel crecimiento hacia la santidad, a los cuales estamos llamados cada uno de nosotros y cada padre espiritual está en el deber de ayudarnos a lograrlos.

¿Donde buscar a los padres espirituales? Lo lamentable es que a los "ancianos" y hasta los padres espirituales no se pueden buscar; por mucho que recorramos a todo el mundo no los encontraríamos. Pero la experiencia indica que a veces Dios nos envía al hombre preciso en el momento preciso, y que sea para un tiempo corto. Este hombre de repente se hace para nosotros lo que eran los "ancianos" de antaño.

A veces pienso que el ejemplo para mi es el asno de Balaam (Num. 22:23) que empezó hablar y dijo al profeta lo que éste no comprendía. Algo parecido sucede conmigo: viene un hombre y yo no sé lo que debo decirle. Luego, sin darme cuenta, digo algo y resulta que acierto. Pienso que en aquel momento Dios me da la palabra debida, pero no se debe contar con que la experiencia de uno, o la erudición, le permite hacerlo siempre. Por ello se aconseja frecuentemente callarse un rato con humildad y luego decirle a la persona: Mira, no puedo responderte ahora…

Nosotros tenemos un notable ejemplo de ello en la vida del anciano Ambrosio de Optina. La gente venía a él pidiendo consejos y el anciano los hacía esperar uno o dos días. Una vez vino un mercader y dijo: Estoy apurado, tengo cerrado mi negocio, y tu no me dices nada… el anciano le respondió: "No puedo decirte nada. Yo pregunté a la Santa Virgen y Ella tampoco me dijo nada…"

Pienso que nosotros también deberíamos responder: "Yo pudiera aconsejarte por mi propia mente, por los libros y por los cuentos, pero sería irreal. Es mejor no decir nada. Reza, y yo voy a rezar. Si Dios me pone algo en el alma, te lo comunicaré."

El hombre trataría entonces tus palabras con mayor respeto que cuando tu siempre tienes la respuesta a todo; tales respuestas rutinarias las saben todos de memoria. Es que el hombre vino con una sola pregunta importante y necesita la respuesta precisa.

Ahora quiero aclarar que cuando hablé de la genialidad, no tenía en mente el sacerdocio, ni siquiera la categoría de la paternidad espiritual, sino especial y exclusivamente la "ancianidad." Yo apliqué el término genialidad que en el lenguaje común significa algo, que de otro modo se puede denominar "dotado de gracia, o don de gracia." Generalmente la genialidad es musical, artística, matemática, es algo pues que nosotros no podemos lograr por ningún esfuerzo personal. Por ello no hablé del sacerdocio y naturalmente no denigré al padre párroco, joven sacerdote, llano pero sincero, que hace su misión confesando a la gente, compartiendo con ella lo que aprendió de los Padres de Iglesia, de los teólogos, del propio padre espiritual, del propio medio de rezar del cristiano. Es precioso.

Pero hay un momento que me confunde un poco. Y es que ciertos sacerdotes, cuanto más incompetentes e inmaduros espiritualmente, tanto más seguros están en que apenas se ponen la sotana y la estola, ya están hablando en El Nombre de Dios.

Recuerdo a un hombre muy estimado (algunos lo consideran gran anciano, que me decía: "Yo he dejado ya de rezar cuando la gente me hace sus preguntas; porque, como después del rezo yo hablo en Nombre del Espíritu Santo, y si la gente no cumple exactamente lo que les dijera, ellos serían pecadores contra Espíritu Santo y no tuvieran perdón…

Esto es lo que yo tenia en mente; a Dios gracias, el caso es extremo. Me aterroriza que el hombre puede pensar, que si él dice tres veces: Señor, aclara mi mente, ofusca la perniciosa querencia… pues sus siguientes palabras serán ya una profecía de Dios.

Pienso que en esto simplemente la razón elemental juega su papel: se puede hablar de lo que se sabe con toda la certeza. Digamos, tomando un ejemplo de escala colosal, El Santo Apóstol Pablo pudo hablar con absoluta certeza y convencimiento de La Resurrección de Cristo, pues encontró a Cristo Vivo, Resucitado, por el camino a Damasco. De otras cosas el habló por una experiencia primaria distinta. Otras personas también tienen determinada experiencia, de menor escala, de menor potencia, pero por la que pueden decir: "Si, yo lo sé con seguridad." Así, un ateo que volvió a Dios, ha escrito, en Francia, un libro que tituló "Dios existe, yo Lo encontré."

Un sacerdote y un laico también pueden hablar a base de la experiencia eclesiástica de la cual son partícipes — aun sin posesión completa; porque teniendo cierta experiencia común con otros, ellos pueden prestar atención a otros eclesiásticos y decir, cuando es al caso: Si, esto es verdad, porque así dice la Iglesia y de Ella sé más que por mí propia experiencia.

Y, finalmente, hay cosas de cuales podemos hablar únicamente porque nos lo reveló El Señor.

 

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